entonces
estaba un día arribando a la funesta -véase su particular fosfórica presencia- ahí estaba yo[1]
detrás del mostrador de recepción y sonó el cascareo de unas patitas contra lo del
suelo plástico de la funesta, era una lagartilla temblequeando por la ofi, iba
de sombra falsa a falso techo a falsa planta y le puse una caja de lápices
arriba de su cuerpo para protegerla porque la querían matar. así le puse la
cajita transparente por encima pero la cola se desprendió, juro que no la
corté, que no la corté, juro que apenas toqué. la cola se desprendió. heme ahí,
llorando voy por la cola recién mutilada de la lagartilla mutilada y luego la
recojo del suelo una vez acabados los espasmos con el dedo índice y con el
pulgar y la pongo en la papelera bajo el escritorio[2]. ahí se pudre el cachito
de su cuerpo, siga viva la pieza, suéltela en el bosque al lado, entre pajizos
señores trajeados que son como duendes señor, como daimons, señor. también
conté algo sobre los días en que insultaba a tipos en bicicleta que decían
guarradas mientras se alejaban. siempre dicen puta, pero da lo mismo, yo les
digo, que le den por culo a tu puta madre o algo como eso lo más feo que salga
y corro con puños otra vez, llego al fatigado puente, cruzo el río, un mendigo
inglés me saluda con la mano y dice hello, etc., y yo corro y corro por el puente hasta llegar
al tren, pararme ante los vidrios ahumados, colocarme con los dedos el
peinado, y luego me piro a la funesta, a matar lagartos esta vez, oh sí!
[1]hola,
esto es un experimento sobre lo del tono confesional y eso
[2]
una vez se murió un pez que había cogido en el río. lo traía en una bolsa de
plástico con agua del río y entonces se puso a flotar en la burbuja de aire que
había arriba de la bolsa rellena de agua del río. supe entonces que se había
muerto, pensé que yo lo había matado y como no sabía qué hacer con el cuerpo lo tiré por el balcón y me fui corriendo, creo que para
imaginarme que volaba. al día siguiente la vecina de abajo encontró un cadáver de pez de río en su balcón y todos lo comentaban sin parar en los rellanos pero yo no dije nada, bah, ni pío. oh, siempre será un misterio, lo habrá traído un gaviotín, pero estamos tan lejos del mar, ¿los pájaros de río no cazan?, cazarán señora cazarán, pero a qué venir aquí, a la calle principal, a soltar su merienda, etc., etc.
[3] hola, he disfrutado con esta confesión de una asesina de lagartos.
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