Dos hombres viajan a pie por una carretera. Al principio hay ciudades y pueblos en los bordes pero después el paisaje se va deshabitando y quedan sólo extensas llanuras, breves zonas arboladas y calor. La carretera está ardiendo. Uno de los hombres dice “has de quitarte los zapatos y caminar descalzo unos minutos, pronto dejará de doler”. Él mismo lo hace. El compañero le mira asombrado rascándose la cabeza. Luego siguen caminando, ahora sin zapatos. Llegan a unas vías metálicas y más allá hay unas ruedas gigantes sobre las que se encaraman para continuar. Entre rueda y rueda saltan, cada vez más torpes. Ya no hablan. El paisaje es rojo, febril, infinito. Cuando paran a descansar la luz sube como hasta el mediodía, justo en el centro del cielo. El primer hombre coloca un muñequito con sombrero en el camino de grava y se retira apartando a su amigo con el brazo. Juntos miran lo que va a ocurrir desde el borde. Pronto pasa un coche marrón de la policía, el coche arranca la cabeza al muñeco y se detiene. Uno de los hombres recoge el cuerpo desmembrado y le sacude el polvo. El policía se baja del coche, se pone su sombrero, y prende un cigarrillo apoyándose en el maletero. observa a los hombres inquisitivamente. Al fondo, de una cabaña de madera sale una niña con su hermanito en brazos. Cuando el policía la mira, ella señala hacia la casa, detrás de ella, con el dedo extendido. El hermanito llora.
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